En el país tener empleo estable no necesariamente se traduce en ingresos suficientes para cubrir las necesidades básicas. Por eso no es extraño ver en las oficinas gente que vende tortas, galletas, ropa o bisutería como una fórmula para llegar a fin de mes sin tener que pedir prestado o "darle palo" al fideicomiso de prestaciones sociales.
Incluso hay quienes en su casa o en la esquina "montan" una olla y venden "lo que sea".
El Gobierno aprobó este año un incremento del salario mínimo de 26,5%, que lo lleva a ubicarse en Bs 1.548,14; pero la inflación prácticamente se lo come cada mes. Entre agosto de 2010 y agosto de 2011 el incremento de los alimentos acumula un salto de 22,9%. Pero las cifras son más dramáticas cuando se mira el panorama completo. El BCV registró que en los últimos doce meses (agosto 2010-agosto 2011) la inflación galopó hasta alcanzar 25,8%.
Cansada de tener que pedir un mes su fideicomiso de prestaciones y al siguiente la caja de ahorros, Marina Echeverría decidió sacarle provecho a algo que hace bien: ponquecitos.
Profesional universitaria, trabaja en una empresa de consumo masivo, sus ingresos superan 5,5 salarios mínimos y su esposo tiene un ingreso similar; pero sus sueldos no les alcanzan para hacerle frente a gastos. Por fuera de la quincena quedan pagos como los del seguro de sus carros, las tareas dirigidas de su hijo mayor y algunas veces incluso parte de la factura del supermercado.
"Cada quince días prendo mi horno y hago unos 96 ponquecitos que me dejan de ganancia unos Bs 800, con los que pago el condominio".
Echeverría pensó en algún momento independizarse y vivir de sus ponquecitos, pero ahora dice que "no puedo vivir ni de mi sueldo por ahora, menos de vender a mayor escala ponquecitos, porque no tengo capacidad para invertir en aumentar la producción".
Su esposo adicional a su empleo formal, da clases en una universidad privada y "mata todos los tigres que puede".
Gana más por sus ventas
Gabriela Hernández trabaja en un ministerio y su sueldo quincenal (luego de las deducciones) ronda Bs 800. Ella se pregunta ¿Quién vive de eso? "Pues nadie", se responde. "Tengo una hija de 5 años y tenía que buscar la forma de incrementar lo que gano. Empecé vendiendo carteras para mi hermana y me ganaba el 30%. Como me fue bien empecé a venderlas por mi cuenta. Luego empecé a vender zapatos y me fue mejor y es lo que hago ahora".
Hernández, quien es profesional universitaria, indica que "para la venta de zapatos deportivos le pedí, hace tres años, Bs 2.500 a un prestamista y con el primer lote que vendí le pague el capital y los intereses".
Gabriela vende sus zapatos en la oficina (a través del correo interno ofrece su catálogo) y ahora tiene sus propias vendedoras. Asegura que en una quincena sus ganancias pueden superar los 5 mil bolívares.
Cuando se le pregunta por qué no deja su empleo y se dedica totalmente a la venta de zapatos dice que "prefiero tener asegurado mi quince y último aunque sea poco. En el ministerio tengo a mi niña asegurada y cobro vacaciones, utilidades y bonos. Como vendo solo por encargos, hay meses en los apenas recibo uno o dos pedidos, no es un ingreso seguro".
Sopa en la calle
El esposo de Yulitza Perdomo es obrero y trabaja en una fábrica en Santa Cruz, Aragua. Para ella la cuenta es semanal, pues cada viernes él cobra alrededor de Bs 400, con los que no pueden ni hacer un "minimercado decente", según dice.
Por ello decidió un fin de semana, en su barrio, comprar tazas, cucharas plásticas, verduras y costilla y sacar a la calle una súper olla y vender sopas.
Vive frente a un estadio, y las familias que acuden los fines de semana son sus clientes.
La olla la monta en una estructura que le hizo su esposo y su combustible es leña que sus hijos le buscan. Un cartel en cartulina guindado de un árbol y escrito por su hijo dice "Sopa de Costilla en leña Bs 25".
Cada sábado y domingo gana alrededor de Bs 1.500 bolívares.
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